DE LOS ESTEREOTIPOS, ROLES Y SESGOS DE GÉNERO A LA PARTICIPACIÓN: LOS LIMITES INVISIBLES


Para fomentar los distintos tipos de participación de las mujeres siempre hay que mirar a las bases de las construcciones sociales, el imaginario colectivo y los acuerdos -lo que se da por sentado- dentro de un grupo social. Obviamente, estamos hablando de los estereotipos. Estas creencias sociales se encuentran estrechamente vinculadas a la forma de actuar ya que la actitud es un fenómeno integrado fundamentalmente por tres componentes: cognitivo (lo que sé del asunto); afectivo (las emociones que me suscitan); y conductual (la conducta que se desarrolla) (González Gabaldón, B., 1999). Los estereotipos supondrían el componente cognitivo en determinadas actitudes/decisiones y, por tanto, no es de extrañar que sean éstos los que van asociados a comportamientos discriminatorios.

Pero los estereotipos tienen también una función fundamental facilitando la socialización de las personas, su identidad social: aceptar y reproducir estereotipos es una manera de integrarse y mantenerse en el grupo así como de catalogar a otras personas. 
Todas estas etiquetas, características y construcciones artificiales se realizan en torno a distintas categorías sociales (género, clase, etnia, etc.). Todos ellos se interiorizan y se normalizan, por tanto, los estereotipos, lo que creemos saber sobre una persona según las múltiples categorías sociales a las que pertenece, nos llevan a determinadas actitudes discriminatorias inconscientes, es decir, nos llevan a practicar sesgos en cada uno de los ámbitos en los que dichas categorías sociales incluso pueden parecer, a priori, neutrales. 

Por ejemplo, en medicina se han detectado importantes sesgos de género en la aplicación de criterios diagnósticos, cuando se utilizan los criterios estudiados sólo en hombres para el diagnóstico en las mujeres. La investigación con perspectiva de género ha demostrado que determinadas enfermedades cursan diferente según sea el paciente hombre o mujer. Este es el caso de las enfermedades cardiovasculares, la EPOC, las espondiloartropatías, entre otras. Construir la norma utilizando como referencia universal la experiencia masculina es uno de los sesgos más importante en casi todos los campos del conocimiento.
Pero volvamos al tema de la participación socio-política y cómo los estereotipos socialmente aceptados influyen en la misma en función del género.

Algunos estereotipos que limitan la participación política de las mujeres.

"La mujer es sensible, abnegada, sacrificada, no competitiva": Este conjunto de características cubren las necesidades en el ámbito reproductivo, en el hogar –abnegación, paciencia, sensibilidad-. Estos estereotipos ubicarían  y excluirían a las mujeres del ámbito político y dificultaría también incluso el activismo, ya que la política se visualiza como un espacio de agresividad, altamente competitivo, en los que no hay cabida para otras prácticas, no hay espacio para esa otra forma de hacer

"La mujer es cuidadora".
Es el estereotipo que ha regido por excelencia la división sexual del trabajo y la triple jornada. Si bien las mujeres se han incorporado paulatinamente al mercado laboral, ante la ausencia o escasez de políticas públicas de cuidado y de corresponsabilidad familiar, son ellas las que asumen la responsabilidad y carga de las tareas de los cuidados en el ámbito reproductivo. Esto reduce la posibilidad de dedicarse  a la acción política de las mujeres y la implicación en distintos tipos de movimientos sociales.

"Mujer elegante, bien vestida y peinada: mujer exitosa y apta para la vida pública"
La atención mediática de la participación política de las mujeres en la vida pública se centra en el aspecto femenino, en su vestimenta, en el peinado, en los zapatos. Hay una aceptación o no de las mujeres políticas en función de si cumplen o no con lo social/culturalmente adecuado para este ámbito. Aquí también confluirían otras categorías tales como clase, etnia, etc. 

"Las mujeres con familia constituida por pareja heterosexual e hijos/as son mujeres mejor consideradas en la vida pública".
Con distintos matices y grados en diferentes países, la vida privada de las mujeres continua siendo un factor de aptitud ante la vida pública. Mujeres solteras, sin hijos, son consideradas “raras” y probablemente de vidas “desordenadas” no adecuadas para el ámbito político. Hay una tendencia socialmente aceptada a homogeneizar la supuesta aptitud para entrar en política, mermando la diversidad de género.

Se cuestiona la incorporación y aportación de las mujeres jóvenes en política, pero aún más la de mujeres racializadas o migrantes o las mujeres trans.
Suele darse un menosprecio latente, poniendo en duda la incorporación de las mujeres más jóvenes, racializadas o incluso trans  por méritos propios. De hecho, aunque las mujeres jóvenes han sido más común en el ámbito político en los últimos años, solemos ver pocas mujeres racializadas y escasas -o ninguna- mujeres trans. Este es también un debate candente en el feminismo, se tiende a decidir la agenda sin la participación de las mujeres racializadas o trans.


González Gabaldón, B. (1999). Los estereotipos como factor de socialización en el