AUTOCUIDADOS Y CUIDADO MUTUO: HERRAMIENTAS PARA LA PARTICIPACIÓN FEMINISTA
Hace poco leí un artículo
-desgraciadamente no me acuerdo la autora- en la que describía la
creencia -en su fuero más interno – de que su madre había
fallecido porque su cuerpo había colapsado, había invertido tanta
energía en cuidar a los demás que, quizá, cuando tuvo que afrontar
su propia su-pervivencia, el propio cuidado de su estancia
corporal ya vulnerable, no tuvo ni fuerzas ni energía. Este relato
me dejó impactada pero me corroboró una realidad que yo misma he
vivido, que nuestras abuelas y madres han vivido y que, a su vez, en
cualquier parte del mundo, muchas mujeres han vivido -de una forma u
otra- durante mucho tiempo a lo largo de sus vidas y a lo largo de la
historia: tradicionalmente, a las mujeres se les ha signado el rol de
cuidadoras. En nuestras sociedades, que las mujeres perciban y
ejerzan este conjunto de comportamientos y responsabilidades del
cuidado es parte del rol reproductivo y se encuentra naturalizado,
interiorizado y normalizado, generando – en distintos grados según
el caso- costes emocionales, físicos, afectivos y sociales (1).
Hay pues una necesidad de cambiar este modelo social tradicional, desplazando su eje desde esta asignación de roles y estereotipos del cuidado en función del sexo/género, a un modelo que contemple a la comunidad como cuidadora, una sociedad basada en la ayuda mutua, que cultive y fomente los vínculos del cuidado. Como bien señala Ramos-Feijóo (2) “La responsabilidad sobre el cuidado es de toda la ciudadanía, en la medida en que así reconocemos una mayor participación comunitaria. Cuidar no puede limitarse a un contrato de género que responde a otro contexto histórico y político, es necesario por tanto buscar alternativas que reconozcan una auténtica distribución que comparta derechos y deberes”. Además hay una candente necesidad de introducir las categorías étnico-raciales, en un debate en el que hay una clara y paulatina sustitución de las mujeres cuidadoras de la unidad familiar a las mujeres cuidadoras inmigrantes. A ellas también hay que dirigir una mirada crítica, profunda, reclamando derechos y visibilizando sus experiencias y sus reivindicaciones... Una vez mencionado esto, no es mi intención dirigir el análisis hacia esta ramificación tan importante y especifica del perfil de la cuidadora, sino a a un ámbito más general e histórico en el que el cuerpo se convierte en frontera de lucha ideológica, como propone Paul B Preciado, el cuerpo como arma biopolítica (3).
Considerar nuestros cuerpos como territorio político nos plantea (4) que cuidarlo/cuidarnos es también un acto de resistencia política y este acto de resistencia nos permite repensarnos, construir una historia propia desde una postura reflexiva, crítica y constructiva. El cuerpo que habitamos, el que cuidamos, es el cuerpo con el que militamos, con el que participamos, con el que creamos referentes diversos y nuevos, la experiencia no es sólo un relato psicogognitivo, también es un relato físico.
Hay pues una necesidad de cambiar este modelo social tradicional, desplazando su eje desde esta asignación de roles y estereotipos del cuidado en función del sexo/género, a un modelo que contemple a la comunidad como cuidadora, una sociedad basada en la ayuda mutua, que cultive y fomente los vínculos del cuidado. Como bien señala Ramos-Feijóo (2) “La responsabilidad sobre el cuidado es de toda la ciudadanía, en la medida en que así reconocemos una mayor participación comunitaria. Cuidar no puede limitarse a un contrato de género que responde a otro contexto histórico y político, es necesario por tanto buscar alternativas que reconozcan una auténtica distribución que comparta derechos y deberes”. Además hay una candente necesidad de introducir las categorías étnico-raciales, en un debate en el que hay una clara y paulatina sustitución de las mujeres cuidadoras de la unidad familiar a las mujeres cuidadoras inmigrantes. A ellas también hay que dirigir una mirada crítica, profunda, reclamando derechos y visibilizando sus experiencias y sus reivindicaciones... Una vez mencionado esto, no es mi intención dirigir el análisis hacia esta ramificación tan importante y especifica del perfil de la cuidadora, sino a a un ámbito más general e histórico en el que el cuerpo se convierte en frontera de lucha ideológica, como propone Paul B Preciado, el cuerpo como arma biopolítica (3).
Considerar nuestros cuerpos como territorio político nos plantea (4) que cuidarlo/cuidarnos es también un acto de resistencia política y este acto de resistencia nos permite repensarnos, construir una historia propia desde una postura reflexiva, crítica y constructiva. El cuerpo que habitamos, el que cuidamos, es el cuerpo con el que militamos, con el que participamos, con el que creamos referentes diversos y nuevos, la experiencia no es sólo un relato psicogognitivo, también es un relato físico.
Todo esto nos lleva
a plantearnos, desde el enfoque de resistencia feminista que para
participar social y/o políticamente -especialmente, en el largo
plazo- es necesario ejercer autocuidados, autocuidarse. No desde el
punto de vista desarticulador e individualista, todo lo contrario, si
como ecofeministas vamos a poner la vida en el centro, nuestros
cuerpos y vidas (con sus necesidades) son una prioridad.
Hay algunas
cuestiones claves a destacar cuando hablamos de autocuidados desde la
participación feminista:
- Autocuidarse no significa plegarse a la lógica capitalista, poniendo en marcha prácticas que implican alcanzar ningún referente físico/estético idealizado desde el imaginario del patriarcado.
- No confundir autocuidados con consumismo. Los autocuidados no se ejercen desde el rol de consumidora, sino desde el rol de la ciudadanía. Hay que huir, de nuevo, de esa lógica capitalista que reduce la capacidad de autocuidarse a una cuestión de género y clase.
- Otra cuestión básica, cada mujer debe decidir libremente qué prácticas de autocuidado incorpora, cuando, cómo y con qué criterios, adaptaciones y/o excepciones. Para autocuidarse hay que conocerse, para conocerse hay que ser conscientes: hay que mirar hacia adentro.
- Autocuidados es conocerse, aceptarse, quererse, pensarse...
Me gustaría
finalizar con una reflexión de Boff (5) sobre cómo los cuidados y
el cuidado mutuo, desde la práctica consciente, tienen una capacidad
transformadora a nivel social y ecológico:
<<Se trata
del cuidado natural asumido conscientemente de modo reflejo como
valor, interiorizado de forma deliberada y hecho actitud y proyecto
de vida. Transformamos lo que es de la naturaleza en propósito
personal, social y planetario, por lo tanto, en algo que depende de
nuestra voluntad y de nuestra libertad, transformándose así en un
hecho cultural.
Entonces,
cuidemos atenta y conscientemente de todo, de nuestras palabras, de
nuestros gestos, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos y
de nuestras relaciones, para que sean buenos para nosotros y para los
demás>>.
Bibliografía.
- Ramos-Feijóo, Clarisa; Rodríguez Rodríguez, Pilar; Lorenzo García, Josefa (2019). Innovación y modelo de atención integral y centrado en la persona. De mujeres cuidadoras a comunidades cuidadoras. Paraninfo Digital; 13(30): 1-. Disponible en: https://www.academia.edu/42198818/INNOVACION_Y_MAICP._DE_MUJERES_CUIDADORAS_A_COMUNIDADES_CUIDADORAS.
- Mier I, Romero Z, Canto A (2007). Interpretando el cuidado. Por qué cuidan sólo las mujeres y qué podemos hacer para evitarlo. Zerbitzua; 42: 29-38. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2535981 .
- Preciado, Paul B (2009). Biopolítica del género, Buenos Aires, Ediciones Ají de Pollo.
- Gómez Grijalva, Dorotea A (2014). Mi cuerpo es un territorio político. Pag 263 del libro “Tejiendo de otro modo: Feminismo, epistemología y apuestas descoloniales en Abya Yala”. Editoras: Yuderkys Espinosa Miñoso, Diana Gómez Correal, Karina Ochoa Muñoz – Popayán. Editorial Universidad del Cauca.
- Boff, L. (2012). El cuidado necesario. Madrid: Trotta.